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Dieta y salud mental

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Esta semana, una paciente que lleva conmigo en consulta 1 año largo, me ha dicho que el primer mes, cuando comenzamos a introducir cambios en la alimentación, se sintió muy estresada, realmente mal, a punto de tirar la toalla. Cuando la conocí, comía de casi todo, por indicaciones de su médico digestivo, aunque ella ya había retirado algún alimento porque le sentaba mal. Hoy está agradecida: vino a mi en pleno brote de enfermedad de Crohn, y vivía pegada a la taza del váter, con muchas diarreas, sangre y moco en heces, … No podía hacer vida normal; era salir de casa y tener que buscar un baño. Hoy todo esto ha mejorado mucho, “ya soy una persona normal”, me decía.

Me ha recordado mis comienzos con los cambios de alimentación. Fueron duros: estaba muy limitada con los alimentos y tuve que cambiar mis costumbres radicalmente. Le dedicaba mucho tiempo de mi vida a pensar en qué comer, hacer compra y cocinar; bastante agobiante. Encima, la mejora en mis síntomas no fue inmediata, así que tuve que tener paciencia y esperar, intentando valorar cada pequeño cambio: la primera temporada en la que conseguí no tener migraña más que un par de veces al mes, me sentí feliz. Y ojo, que mis migrañas consistían en meterme en la cama con las luces apagadas y un barreño al lado porque vomitaba hasta a bilis; estaba echa polvo el día de dolor y un par de ellos después, hasta que me iba recuperando. La sociedad no ayuda: si te niegas a comer ciertas cosas y te llevas por ahí tu fiambrera para intentar continuar con tu vida social, vas a recibir como mínimo muchas preguntas, incluso de personas muy cercanas a las que se lo has explicado mil veces. Esto es agotador, y te hace recordar todo el tiempo que “no estás bien”.

Todo esto hace que no estés en tu mejor momento anímico, con preocupación por lo que te ocurre, teniendo que llevar un control más o menos estricto con la comida, y encima, aguantando a la gente opinar (la mayoría de las veces, sin ningún criterio).

Volviendo a mi paciente, después de la confesión que me hizo, repasé su historia. Si, en medio de un brote de enfermedad de Crohn, las recomendaciones que le hice fueron bastante estrictas. Aun así, intento facilitar el proceso: estoy más pendiente de estas personas que comienzan, hablamos en consulta de cuáles son sus gustos y procuro adaptar el menú, ofreciendo varias alternativas. Pero la realidad es que esta paciente estuvo a punto de dejarlo. Si no queremos que la solución (dietoterapia) empeore el problema (enfermedad digestiva, metabólica…), en estos procesos, una ayuda desde la psicoterapia es clave; para cualquier cambio en la alimentación (ya sea abordando una patología digestiva, o una pérdida de grasa o recomposición corporal).

 

 

 

¿Qué dice la ciencia?

 

El nexo entre salud mental y alimentación es una realidad confirmada por muchos estudios científicos. La influencia se produce en ambas direcciones:

 

  • Una mala dieta resulta proinflamatoria, afectando al sistema nervioso. Puede influir directamente, como ocurre por ejemplo si en la dieta faltan las beneficiosas grasas poliinsaturadas (PUFAS) presentes en pescados, que han sido estudiados en ensayos clínicos como tratamiento y preventivo de la depresión; o indirectamente, a través de la microbiota intestinal (imagen lateral).

 

  • Por supuesto, los trastornos psiquiátricos pueden aparecer por estímulos externos diferentes a la dieta, como la pérdida de un ser querido, vivir una pandemia, o que te diagnostiquen una enfermedad crónica. Y, todo esto, dar lugar a cambios en la conducta alimentaria y la salud digestiva: pérdida de apetito, atracones, digestiones pesadas resultantes, …

 

La complejidad es enorme. Con lo que, la intervención dietética también se complica y no debe ir sola.

 

 

 

En la imagen del estudio se explica cómo el estrés actúa a través del cerebro en el comportamiento alimentario, y en la conducta del ejercicio. Aparecen además trastornos psiquiátricos relacionados con el estrés, como la depresión, los cuales pueden provocar cambios en el metabolismo.

 

Cuando hay un problema de salud que puede mejorar con cambios en la forma en que comemos, hay que intervenir en la dieta, atendiendo a la dimensión psicosocial y la realidad de la persona. Hay que tener en cuenta que suelen ser procesos que necesitan tiempo y cambios de hábitos para toda la vida. Os pongo un ejemplo de este último estudio: se ha visto que las personas que padecen SIBO (sobrecrecimiento bacteriano en intestino delgado), hasta el 30-40% de ellas pueden no mejorar “para siempre” con el tratamiento de antibióticos; en estos casos se registra una mejora temporal, pero con el tiempo, vuelven a aparecer los problemas. Esto ocurre porque no se ha tratado a fondo la cuestión: podría ser que uno de los detonantes del SIBO sea que la persona come sistemáticamente estresada, lo que provoca una deficiencia en la secreción de HCL en el estómago, con lo que no digerirá ni desinfectará bien los alimentos; el resultado será una vuelta al sobrecrecimiento bacteriano en cuanto pase le efecto de la antibioterapia.

Cómo asumimos las restricciones que supone una dieta me parece un tema muy delicado. El caso de los TCAs (trastornos de la conducta alimentaria) es extremo. El origen del trastorno en sí no está en el propio control de la alimentación; las causas son profundas y requieren de psicoterapia en todos los casos. Cuando llegan a consulta, SIEMPRE trabajo mano a mano con la psicóloga/psiquiatra, bajo su supervisión, se podría decir. Pero, en alguna ocasión no ha podido ser, por negativa de la psicoterapeuta, que desaconseja la dietoterapia.

 

Creo que es un error por lo siguiente:

 

  • Desconocen hasta qué punto una mala dieta neuroinflama (como vimos más arriba).

 

  • Entiendo que más control no es la solución para estos pacientes, pero hay fórmulas que pueden ayudar, dado que la alimentación es tan importante en estos casos también. Por ejemplo, yo he trabajado con un familiar o acompañante de la persona que se encargará de pensar por ella en la comida, de comprar y de cocinar.

 

Se hace muy necesario buscar un equilibrio, sin necesidad de estar todo el día pensando en comida, pero eligiendo bien lo que comemos. Como dietista, se trata de valorar enfoques que le puedan funcionar a la persona y hacer un trabajo interdisciplinar, incluyendo psicoterapeutas.

 

¡Mucho ánimo a todas las personas que estéis en pleno cambio de estilo de vida!
Os digo por experiencia (clínica y personal) que la constancia os traerá mucho bienestar.

 

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